Era viernes de fin de curso y fuimos a una piscina. Al llegar estaba repleta, ya que no eramos el único colegio que terminaba su año escolar. Cada grupo se distribuyo a su manera, según gustos y conversaciones.
Caminé por todo el lugar de recreaciones, saunas llenas, carrera de caballos y toboganes. A este último no me subí,porque no sabía nadar; me quedé sentada admirando el paisaje. No tenía mucho dinero así que compre un jugo de naranja. Regrese a mi silla, pero caminé hasta el balcón donde veía a los equinos, corrían y levantaban el polvo.
No se si habrá sido el polvo, pero una sensación de confusión trastornó mis pensamientos. No sabía que hacía en ese lugar y una ligereza de cuerpo se apropio de mí; un rostro, amarillo y celestial me observó. Abandoné el jugo en la mesa y su mano recordada se apoderó de mi cerebro. Esa remembranza se perdió, cuando ya en el bus de regreso a casa mis compañeros narraban el casi ahogo de una compañera.
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