El aire que se mezcla con el sudor del trabajo otorgado invade
los puntos que unen y forman cada línea poderosa del bien y del mal. La simple
idea que haya aberturas entre los dedos me hace desequilibrar el resto de la
existencia incapaz de existir. Toco cada punto del rostro admirado y un grupo
de sensaciones se aglutinan; al principio con miedo, me retraigo, no sé lo que
puede llegar a suceder, pero esa idea tan martillante, que me encarcela en su
piel tersa, arrugada y su vello facial me deja seducir mágicamente.
Retazos de vida se transforman en caricias irritantes, pero no
importa, si la vida es solo un instante en el caos humano. Mientras presiono
con mis uñas su rostro, en un minuto él es mío, clavo mis uñas en señal de
posesión y toda la fuerza va decayendo hasta que no queda nada.
En los instantes de soledad, no queda más que apoderarme de mi
misma y hacer que la eternidad entre en mi vil humanidad. A ratos no entiendo como pude llegar a depender
de lo que hace daño, de los resultados infinitos.
Sin duda mis dedos son ese elixir de vida, en donde nada interviene
y me cura de dentro hacia fuera, sin dejar que el cielo quite de un santiamén
la razón de mi existencia.
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