Son las siete de la noche, eso
indica el reloj que se encuentra en la pared de mi cuarto. Me miro al espejo y
empiezo con la tediosa descripción de mi físico. Tengo una cabellera negra como
el color de la muerte de John Lennon. Mis ojos cual cuchillo afilado, penetra y
hiere, son color cafés oscuros, aunque con el brillo del sol, se vuelven
claros. Mi rara nariz, con una pequeña curva y un poco larga; mi boca con sus
labios bien formados y dientes casi perfectos, que han perdido el blanco de la
luna, por culpa del maldito cigarrillo. Mis cejas negras y bien pobladas,
aunque la ceja izquierda está un poco desubicada. Visto una blusa color
naranja, sin sostén como es costumbre, mis tetas ni tan grandes ni pequeñas se
encuentran con frio, ya que tengo el ventilador de frente y los pezones
sobresalen. Una pequeña panza destaca, aunque con el yoga se ha fortalecido de
la flacidez que le aquejaba. Me encuentro en calzón, no es mi favorito, pero es
cómodo, es celeste. Mis piernas largas y duras por el caminar diario y el
ejercicio de estar de pie casi toda la mañana. Calzo 39, y esto resulta no tan
beneficioso porque en ocasiones no encuentro los zapatos de mi gusto en esta
talla. Mis uñas de los pies, están sin pintar, talvez mañana los coloree de
rojo sangre. Soy delgada, aunque al tener los senos algo grandes pareciera que
soy más gruesa. Y por ultimo tengo un trasero casi inexistente, la genética me
hizo un favor, en vez de darme trasero de negra por ser hija de un negro, me dio
culo de serrana gracias a mi madre.
Lo anterior fue con una ayuda
extra del espejo. Lo que llevo dentro de mi provoca en ocasiones miedo. Siempre
he tratado de ser diferente, de no aceptar tratos injustos a cambio de amor,
aunque en una que otra ocasión caí. Los hombres son mi perdición. Creo que lo
son porque en grandes dosis trato de ser La Agrado, como el personaje de
Almodóvar en Todo sobre mi madre, donde no importa con cuanto me quede, lo
entrego todo y eso es suficiente. En eso se resume mi problema con los hombres.
Me frustro terriblemente cuando las cosas no salen como lo planeo y pienso que
a media humanidad le pasa esto. Por más daño que me hagan no guardo rencor, más
bien soy condescendiente; trato de ser idiota y áspera con esas personas, pero
no puedo, y es un problema que arrastro desde la niñez. Todo se trata de ser complaciente, pero obviamente
también me gusta sentir placer en todos los sentidos. Trato de no ser
vengativa, pero a veces se me escapa de las manos, uso la risa siempre como mecanismo
de defensa, esa es mi arma, frente a un mundo odioso e injusto. La melancolía y
la amargura están en posada eterna en mi alma, ese aire de nostalgia vive en mí
desde que tengo uso de razón, lloro, río a carcajadas y tengo una esperanza
utópica.
Hay una frase que me define, y es
de mi querido Sabina: “Me enamoro de todo, me conformo con nada”
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