domingo, 13 de septiembre de 2015

Inyección de Arlequín

Era un país con la ingenuidad en la piel, zapatos devorados, payasos de etiqueta y pedazos de alucinógenos en callejones oscuros. Dentro de ese callejón había una casa y dentro de esa casa  una mujer mirándose en el espejo. En el reflejo que la luna irrumpía, las lágrimas brotaban, no como manantial, sino como pedazos de sal que van rodando por su mejilla y no encuentran fin. Eugenia se sienta en la cama y se dice a sí misma que será la última vez.
Prende el televisor y la pantalla está dividida, cambia de canal y hay un títere en cada noticiero; es la hora, es el día, es ella. Los bufones son incansables y van perdiendo memoria, van fornicando papeles.


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